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Borges (y El Aleph, claro), el Teatro Colón, y el extraño hombrecillo de las cajas (página 2)



Partes: 1, 2

Martínez Irurtia apunta luego que el caso fue
vivamente comentado entre todos los intelectuales
presentes, y se dice que la visión destellante a la que se
refiriera Borges,
terminó por llevarlo lentamente a la ceguera.

Recordé el hecho después de la
vivísima impresión que sufrí cuándo
miré a los ojos del hombre de las
cajas; mirada de una carga atávica demoledora.

Intenté evitar el primer contacto visual, girando
mis brazos delante de su aflautado rostro, pero él
continuó su morosa levitación, mientras las cajas
giraban en el aire impulsadas
por una incipiente brisa.

Así fuimos dejando atrás diferentes cotos
geográficos. Por momentos, sintiendo que mis pies
rebotaban en el piso en forma suave y silenciosa, y en otros,
deslizándome como empujado por una arcana fuerza en la
que ni siquiera me atrevía a pensar (un hecho por
demás significativo que merece ser acotado, es que,
mientras discurríamos a través de calles y
avenidas, nadie reparaba en nuestra presencia, cómo si
nosotros – por algún hecho que yo no podía
precisar- resultáramos invisibles para el resto de los
mortales).

Así fue que me vi transitando por el corazón
mismo de la City porteña, en medio de las imponentes
fachadas de los grandes Bancos. Luego
giramos en torno a la Casa
de Gobierno y de
pronto – como en medio de una exhalación – sentí
que era arrastrado por el desconocido hasta uno de los pasillos
semi-circulares del Paraíso del Teatro
Colón, en el preciso instante que la Filarmónica de
Buenos
Aires-bajo la batuta de Pedro Ignacio Calderón-
arrancaba con el Allegro ma non troppo, un poco
maestoso,
de la Novena Sinfonía de
Beethoven.

En las altas gradas del teatro, detrás del
misterioso sujeto, disparé esperanzado:

-Lo vengo siguiendo porque estoy sumamente intrigado por
esas cajas que usted lleva…

Se dio vuelta repentinamente y yo cerré los ojos
de manera instintiva, mientras un siseo sutil se
desprendía de su boca…

Retrocedí, sentándome en el piso, justo en
el momento que las notas del pentagrama se habían filtrado
en cada una de los millares de neuronas creadas para vibrar con
la música;
poco a poco, traté de sumergirme en la sublimación
de sus sonidos.

No me fue posible (primera vez que me sucedía con
la música de Beethoven); por un acto reflejo abrí
los párpados en el preciso momento en que el desconocido,
-apoyado en la baranda del paraíso-, comenzó a
abrir cada una de las cajas, con un imperceptible movimiento de
sus manos.

Luego vi como exponía sus palmas en dirección al escenario, permaneciendo de
pie durante la ejecución de la obra.

Por algún extraño hechizo, aquella
criatura – se me antojó singular simbiosis entre uno de
los esperpentos de Valle Inclán, y alguna perturbadora
criatura de Asimov
desafiaba las aristas de mi propio asombro.

Cuándo la batuta de Calderón puso el
cierre a la alquimia musical de las maderas y los metales, el hombre de
las cajas bajó los brazos y como animadas por un
mágico sortilegio, las tapas traslúcidas,
comenzaron a cerrarse lentamente. Todas, menos la correspondiente
a "El alma de la
música".

El hombre la había descolgado de su cuello,
moviéndola a diestro y siniestro, y de arriba hacia abajo,
en un vaivén que tenía mucho de mágico. No
pude dejar de pensar que estaba tratando de capturar los ecos
finales que aún danzaban en los espacios físicos de
la sala

Mientras los últimos rumores de los espectadores
se perdían en los pasillos y las galerías del
teatro, el hombre continuaba hendiendo el aire con la
caja.

Yo permanecía de pie, como una absurda estatua
sin pedestal, divorciado de toda acción
motora del cerebro.

El río de voces de la
multitud cedió de pronto. A través de las puertas y
las paredes del gran Coliseo, ascendían hasta el
Paraíso, los decibeles vocales aislados y dispersos del
personal de
maestranza.

Durante algunos momentos, temí que alguno de los
acomodadores irrumpiera por la puerta y nos obligara a abandonar
el palco de los pobres y los exquisitos;
aprehensión que al fin cedió, cuándo –
después de apagadas las luces del escenario y de la sala –
pude respirar aliviado (sólo permanecían encendidas
dos tenues lámparas en los vértices contiguos de
los palcos bajos).

Sin saber por qué, sentía que mi
espíritu se llenaba de una imperceptible pátina de
armoniosa conjunción, como si vísceras, cerebro y
alma, se hubieran aunado en un nirvana emocional de todo el
ser.

Repentinamente, el hombre de las cajas se dio vuelta y
un extraño cosquilleo pareció brotar desde las
plantas de mis
pies. Momento en el cual escuché que una voz me
inducía a mirarlo sin temor.

Efectivamente, al liberar los párpados, los ojos
del hombre de las cajas habían adquirido un tono azul
violáceo que parecían emanar efluvios de
contención emocional.

Se había acercado a mí, mientras se
quitaba las indescriptibles correas de su cuello.

Luego se sentó sobre el piso, con las manos laxas
apoyadas sobre sus muslos, en búdica postura.

Me di cuenta que no había respondido aún a
su acotación, y es que el registro de su
voz no parecía humano. Yo sentía vibrar cada
segmento aislado de sus palabras, con una arcana y a la vez
excelsa resonancia.

-Me siento fascinado- me oí decir como un
troglodita del lenguaje.

-Lo sé…

-¿Lo sabe…?

-Lo sé. Por eso te he elegido.

-¿Elegido…? No entiendo…

-Verás…; yo pertenezco a una legión de
servidores del
Gran Ordenador Universal; nuestra morada está en las
antípodas del mundo de los humanos-el hombre de las cajas
captó mis dudas-. Aunque me veas similar a ti, sólo
en apariencia parezco humano. Él nos concede el privilegio
de la
metamorfosis para adaptar nuestras formas a las
circunstancias.

-¿Dios…?

Una sutil sonrisa se dibujó en aquel rostro de
pergamino.

-No, no; no vuestro Dios. Vuestro Dios no es más
que un resorte en el complejo cósmico del Gran Ordenador.
Con un papel importante, cierto es, pero circunscrito a una
concepción del espacio tiempo muy
limitada. Para vosotros, de alcance infinito, claro…

Cerré los ojos durante unos segundos,
diciéndome que aquello era producto de un
loco sueño.

Me encontraba en una de las gradas del Colón, a
solas con un ente de insospechados poderes, cuyas palabras
abrían zanjas en mi cerebro, amenazando volar en pedazos a
la mismísima catedral de mis pensamientos.

Sonaba como un absurdo y gigantesco equívoco, y
sin embargo, no pude menos que sentirme insignificante frente a
tan prodigiosa manifestación.

Repentinamente, me di cuenta que había comenzado
a sentir un temor nuevo y diferente; algo jamás
experimentado.

Mi mente pareció estallar en el preciso instante
que aquel ente pronunciaba la palabra Él
-refiriéndose a ese Ordenador Universal al que hiciera
referencia-, con un registro sobrecogedor y deshumanizado,
procesado por mis neuronas a modo de miedo ancestral; más
aún: como si todos los miedos de la raza se
hubieren fundido en un solo miedo.

Yo sentía que algo se deslizaba por mi cuerpo de
manera pegajosa, un poder ominoso
e inasible que parecía sellar cada uno de los poros de mi
piel.

¿Quién era ese hombre que se
reconocía a sí mismo como no humano?
¿Qué clase de
oscuros conjuros manejaba?

Pareció leer mi mente (estoy seguro que
captaba mis pensamientos más recónditos)
cuándo habló nuevamente:

-No debes temerme, humano. Sé que en vuestra
conformación electroquímica, el temor a lo desconocido
hace secretar las partículas químicas a las que
llamáis miedo.

No sé cómo ni por qué, pero me
animé con la pregunta:

¿Así que nuestro Dios, al cual
llamamos creador, no es el gran arquitecto universal?

Mientras su mirada cambiaba del violáceo al azul
prusia, el sujeto soltó una risa por demás
extraña, y yo tuve la impresión que un dejo de
lástima se había instalado en su romboide
rostro.

-No, no; vuestro dios -como ya os dije-, es uno
de los tantos dioses que componen el espectro universal. El gran
ordenador es una especie de usina forjadora de incontables
dioses, a los cuales – como entidad suprema- les asigna
determinado papel. Tu dios maneja el plano tridimensional de la
creación, aquello que conforma ese mundo visible e
invisible de galaxias surgido a partir de lo que vuestros
científicos denominan el big-bang. Pero por encima de ese
universo
–sólo asumido por la raza humana-, existen
incontables escalas de vida, extrapoladas en planos de
dimensiones diferentes-pareció meditar un momento antes de
proseguir-. Voy a tratar de daros un ejemplo: el átomo -ya
lo sabéis- es el núcleo básico de la
materia; estoy
al tanto de los avances de vuestra raza respecto al estudio de
las infinitesimales partículas derivadas del
mismo, y aún os esperan descubrimientos asombrosos sobre
la antimateria. Ahora bien: sabiendo que los átomos
representan la porción primigenia de la materia,
ahí tienes en escala
microscópica, el ordenamiento, el génesis de toda
la creación. Luego se halla un sistema
planetario con sus elipsis respectivas y a continuación,
cada una de las galaxias conteniendo miles de millones de soles
con sus correspondientes sistemas
planetarios, en una conjunción a su vez de millones de
galaxias que también orbitan en coordenadas prefijadas
milimétricamente. Pues bien, este fantástico
universo, cuyo mentor y capataz es tu dios-por decirlo de una
manera clara- no es más que un guisante en un
océano de eternidad de espacio tiempo donde palpitan
infinidad de universos más gigantescos que él
vuestro, y dentro de planos secuenciales de diferentes
dimensiones. Parece complejo pero no lo es. Dime
algo…

Pasmado. Lo pensé pero no lo dije. Pero me
sorprendí de escucharme decir:

-No me asombra tu descripción del universo. Ciertamente no
confronta con el que Dios nos cuenta en…

-¿La Biblia?

-Exactamente. Dios no habla de límites
prefijados; ni siquiera de finitud.

-¿Entonces?

-Que yo creo que…

-Dilo. Ya sé qué piensas al
respecto; pero dilo tú.

-Yo soy pastor evangélico…

-Disidente…

-Bueno…

-Disidente no asumido.

El sonido, puro
nervio de mi risa, rebotó en el ceñido silencio del
teatro.

-Es cierto que tengo algunas facturas pendientes, pero
yo creo que el señor me está poniendo a prueba a
través de tu presencia…

-Continúa.

-Hablo de Satanás…

-¿El diablo? ¿El ángel
caído? ¿El gran demonio…?

-Así es…

-¿O sea, que tú crees que yo soy un
enviado del opuesto de tu dios para minar tu fe?

-Yo no soy un pastor en el sentido religioso de la
palabra. No me valgo de mi Dios para confirmar mi fe. Me valgo de
mi fe para confirmarme en Dios. Pero no sé a que se
refiere usted cuándo habla de los opuestos…

-Tú debieras saberlo como pastor, porque tu culto
es protestante. La naturaleza de
las cosas impone los opuestos como fenomenología de la creación. El
problema del culto a vuestro dios forma parte de las
contradicciones del alma humana: demasiados doctores de la
fe para interpretar el mensaje de la divinidad. Sabemos que los
opuestos han condicionado la propia esencia de la
creación, en parte prescindiendo del hombre y en parte
utilizando a éste como meridiano: Materia, antimateria.
Luz y
tinieblas. Noche y día. Carne y espíritu. Belleza y
fealdad. Paz y guerra.
Armonía y violencia
Amor y odio.
Puedo seguir durante horas… Estas contradicciones marcan la
esencia de la vida misma. Y ni siquiera dios – hablo por supuesto
de tu dios – ha podido sustraerse a este sino
dónde los opuestos son retro- alimentados entre sí.
Por lo tanto, tu dios ha sido víctima de esta impronta a
través de Satanás. Y ya se sabe de sobra que ambos
se disputan el dominio del alma
humana, haciendo del hombre la víctima propicia y
excluyente de esta despiadada cacería. Resumiendo:
esta ambivalencia, esta dualidad de los opuestos, también
ha terminado por esclavizar al corazón humano – durante
unos segundos me miró con sus ojos de color cambiante y
luego agregó -: ¿Y que te hace creer que yo
podría ser un enviado de Satanás?

-Porque el cola – yo digo cola al
diablo- se vale de todo tipo de artimañas para socavar la
fe en Cristo.

Otra vez la sonrisa burlona haciendo un rictus apenas
visible en sus labios.

-Para vuestra desilusión, debo deciros que esta
apreciación sobre Satanás es tardía. El
diablo ya está con vosotros. Y vino precisamente a hacer
honor a la semántica de su nombre:
diábolo, igual a separar y desgarrar. Tú que hablas
de la fe en cristo, yo debo decirte que cristo es la
máxima figura diabólica.

-¿Cómo puede decir semejante
blasfemia?

-¿Blasfemia…? Escucha esto: "si alguien
viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su esposa
y a sus hijos, a sus hermanos y hermanos- sí, incluso su
propia vida -, no puede ser mi discípulo".
Lucas 14:
26. Basándonos en esta declaración de principios,
términos, como armonía, bien común, justicia y
paz, poco tienen que ver con la misma. Y como hijo excluyente del
creador, vuestro dios-o sea, el opuesto – no persigue
más fin que el dominio y la sujeción incondicional
de todos los creyentes.

-Pero…como te llames. Eso es inaudito. Ofrendó
su sangre para
redimirnos del pecado.

La risotada de la entidad, parecía
abrirse paso en el interior de las paredes.

-¡Ese es el dogma perverso! Pon
atención: el concepto de
existencia, se asienta filosóficamente sobre el rito de la
sangre. Toda la vida ha sido concebida para matar. Y aquellos que
no participan de esta concepción-hablo de la inocencia de
los herbívoros-, han sido creados para satisfacer y
fagocitar la ferocidad de sus predadores. Obviamente, el dios que
os ha sido dado, se ha ungido en el predador por excelencia,
desde el momento de hacer de su propio hijo, la víctima
excluyente. Recuerda: seres concebidos para
matar
.

Sobrevino un particular silencio, que yo atribuí
a una respuesta de mi parte que no supe ni pude elaborar. Pero
aún había más.

-Tú sabes muy bien, que desde que el hombre
comenzó a llevar registros
escritos de sus acciones, las
ofrendas de
sangre han sido particularmente destacadas como pacto de
comunión con tu dios. Primitivismo indigno en un dios
impecable. La inmanencia del bien fue trastocada por una
acción tenebrosa, propia de los ángeles
caídos. Por eso todos ya habéis sido tomados por la
entidad maligna. No tenéis más que sentaros frente
a esas pantallas hogareñas que entronizan la estupidez
humana, para daros cuenta que la decadencia del espíritu
es harto manifiesta; que la autodestrucción de la
raza es un hecho irreversible. La compasión ha muerto, y
la misericordia – como último baluarte del espíritu
administrado por vuestro dios – pronto saltará en pedazos
aún entre aquellos que se sirven desesperadamente de la
fe. ¡Ah! Pobre Jesús…

-¿Pobre…? No entiendo…

-Será el principal testigo en el juicio a su
padre, al cual – entre otras cosas- acusarán de filicidio.
Para el gran ordenador, eso de instrumentar la salvación
del alma por medio de la inmolación del propio hijo,
resulta una aberración total. ¡Cordero de dios
que quitas los pecados del mundo!
¡Sangre para lavar
los pecados de los hombres! Absurdo. Absurdo. Confusión
mental lamentable. ¿Pero qué clase de padre es
aquel que no es capaz de perdonar una falta de su hijo? ¡El
hombre no vino al mundo por un acto volitivo! ¡Si tu dios
le dio al hombre potestad sobre sus propios actos, es ese mismo
dios quien debió haber asumido las consecuencias de
tamaña responsabilidad!

Se mostraba colérico. Su enjuto e inasible cuerpo
vibraba produciendo ruidos que yo jamás había
escuchado.

Sentía que la realidad de esos momentos
comenzaba a sobrepasar mi capacidad de
comprensión.

Escindido, quebrado de la otra realidad de las cosas
cotidianas, por momentos tenía la impresión de que
mis pasadas contradicciones, se corporizaban a través de
las contundentes expresiones de aquel ente.

En esos momentos, alzó su mano derecha y un rayo
de luz blanquísimo hendió el aire como una estrella
fugaz. Al instante, todo su cuerpo se volvió azul y una
conmovedora paz pareció llenar todos los espacios
físicos posibles; repentinamente, sentí que
una pátina de éxtasis se deslizaba en medio de mis
músculos, a modo de armonía
indescriptible.

-¿Un juicio a Dios con Jesucristo como testigo de
cargo? – pregunté, sin dar crédito
a mi propia pregunta.

-¿Quieres saber concretamente, cuáles son
las acusaciones que pesan sobre vuestro dios? Son muchas. Para
decirlo en términos religiosos, un rosario de cargos. Pero
se condensan en dos pecados capitales: abuso de poder y
arrogancia.

Azul dejó su búdica postura y se
tendió en el aire con las manos sobre la nuca, mientras
las cajas permanecían en desorden sobre el
piso.

Cada tanto, movía sus manos para capturar algunos
de los compases de la novena, que vibraban en su
majestuosidad sonora, a través de intrincadas e invisibles
bandas del éter. Luego cerraba sus palmas, arrojando las
notas musicales: -blancas, negras, corcheas y semicorcheas
-, dentro de la caja.

A esta altura de la charla, yo estaba seguro que aquel
seductor perturbador de los sentidos con
formas humanas, no podía ser más que un enviado de
Satanás, con el fin de poner a prueba la integridad de mi
propia fe. Por eso había decidido seguirle la
corriente, aún a riesgo cierto de
saber que él leía y descifraba todos mis
pensamientos.

-No lo tome usted a mal, pero me resulta temerario eso
de acusar a Dios de soberbio y arrogante.

-Y es entendible tu postura. Tu dios se ha valido
siempre del temor para sojuzgar a sus acólitos.

-Pero…

-Aguarda. Cuándo el Gran Ordenador ungió a
tu dios, le encomendó una misión
nueva y revolucionaria: la creación de un ser
original, compuesto de materia y espíritu, es decir,
cuerpo y alma. Un ser vivo dotado de un prodigioso cerebro que
aún no ha aprendido a utilizar. Un ser que debería
desarrollarse y evolucionar rodeado de otros seres vivos animados
e inanimados que habrían de servir a sus fines superiores.
Eso sí, el Gran Ordenador le advirtió a tu dios que
no le cedería ninguno de los cotos de nuestro universo
poli-dimensional. Por lo tanto, quedaba limitado a generar su
propio universo dentro de la escala primitiva de los mundos
tridimensionales. Aceptó tu dios-por otra parte no
tenía otra opción-. Y después de divagar a
través de los infinitos corredores del espacio- tiempo, se
presentó ante la Suprema Deidad y le dijo que ya estaba
preparado para llevar adelante el proyecto; que a
la nueva criatura imaginada, al arquetipo de la especie nueva, le
había bautizado hombre. Dijo tu dios que el hombre
sería la envidia de todo ente pensante. Como ves, desde el
inicio, tu creador comenzó a mostrar la hilacha con ese
asunto de la soberbia.

.Aún con mis pensamientos expuestos
impúdicamente, me atreví a comentar, no sin cierta
ironía:

-Fenomenal tarea si la hay…

-Aún para un dios. Mientras su universo se
conformaba en medio de grandiosas demostraciones de la
energía en movimiento, el hábitat
que había elegido para el hombre era motivo de una
especial atención de su parte. Nosotros sabemos que
se tomó largo tiempo para elaborar al hombre. Primero
experimentó con toscas y primitivas formas de
vida-execrables diría yo-, buscando recrear la
escenografía más adecuada; ya sabes:
montes, desiertos, bosques, selvas, ríos, océanos y
montañas. Diversidad de climas y un sistema planetario
para sustentar los principios gravitatorios de ese mundo.
Mientras tanto, fueron surgiendo, en una sucesión de
hechos, otras formas de vida, con una serie de aristas
majestuosas. Especies, claro, al servicio de
quien habría de ungir como rey indiscutido de su
creación.

Esto lo comparto plenamente.

-Lo sé. Tu dios tuvo a buen recaudo dar a conocer
su concepción a través de ese libro al que
llamáis Biblia, en algunos casos, libro apócrifo
por obra de mediocres intérpretes.

-Así es.

-El caso es que mucho antes de vuestro advenimiento,
algo comenzó a salir mal. Con la creación pasa lo
mismo que con las palabras: si uno no las controla, se
termina por hacer menos efectivo el discurso.

-No entiendo.

-Pasó que en algún momento, tanta
profusión de vida intercalada sin ton ni son,
contribuyó a desquiciar el proyecto original. Ya sabes que
tu dios se había comprometido ante el Gran Ordenador, a
crear la más excelsa de las criaturas vivientes. Anatomía de formas
que rozan la perfección; cerebro con un potencial
de enorme riqueza de inventiva y expresión
artística, y, como regalo adicional, dotarlo de un alma
como elemento de intangibilidad sublime, canal de comunión
entre creador y creado. Semejante criatura, no podría
siquiera rozarse con la sombra del mal. Sin embargo, mucho antes
de Adán, éste ya amenazaba germinar en un mundo
infecto, en el cual, la destrucción y el crimen, se
desarrollaban como sinos excluyentes de la existencia misma. Veo
tu expresión de sorpresa. Verás, para sobrevivir,
cada rama animal tenía su presa asignada, y a la vez,
ésta era presa de otra; un mecanismo perverso de
vida absolutamente innecesario y gratuito. Diría
particularmente perverso. ¡Y no vengáis a decirme lo
que dicen vuestros etólogos: que eso se hace en el
nombre de los sagrados intereses del equilibrio de
la vida…!

A punto de hacerle una pregunta, un gesto de él
me detuvo: Azul había vuelto a capturar
los compases sinfónicos, sólo que en esta
oportunidad, a manera de enorme holograma, músicos y
cantantes se desplegaban en derredor nuestro,
confiriéndole a la partitura beethoveniana, una solemne
escenografía.

Mientras la masa coral, solistas y orquesta giraba en
torno a nosotros, de arriba hacia abajo y viceversa, los versos
de Schiller circulaban por las invisibles aristas del recinto, en
medio de una estremecedora belleza.

Me pregunté que portentoso poder tenía
Azul para lograr semejante magia desplegada ante mis
ojos. Lo ignoraba. Sólo una cosa tenía en
claro: Satanás mostraba todo su refinado arsenal a
fin de impresionarme.

Cuándo finalizó la Oda a la
alegría, Azul movió su mano derecha en
forma de abanico, y el holograma se esfumó delante de mi
atónita mirada. Momento en que me animé con la
pregunta.

-No entiendo eso de abuso de poder por parte de
Dios.

-Espero que lo entiendas. Tu dios cometió un
error imperdonable en un creador. Animado por su propia y
soberbia egolatría, creyó que el hombre era la
más acabada muestra lindante
con la perfección. Una suprema conjunción
electroquímica encastrada en millones de células
con un programa
independiente cada una, sometidas todas a un cerebro maravilloso,
alter ego de su creación. Semejante muestra de
perfección artesanal -debo reconocer que tu dios se
encargó de armar una por una las moléculas como
libros
activos de un
conocimiento
preciso y sin fisuras – le dieron la convicción de que el
hombre sería capaz de convertirse en un ser
autónomo, capaz de manejar los fabulosos poderes con los
cuales había sido dotado. Para usar un término bien
humano, pastor, tu dios apostó a ganador con el hombre.
¡Nada de cadenas! ¡Cero de sujeción a sus
resortes morales! ¡Viva el libre
albedrío!

-Para eso nos dio como contralor nuestra propia conciencia… –
argüí un tanto a la defensiva.

-¿De qué contralor me hablas, pastor?
¿De qué contralor? Vuestros ancestros han edificado
toda la historia de tu
raza sobre una enorme pira de cadáveres. Latrocinios,
engaños, hipocresías, asesinatos… Hombre contra
hombre. Hermano contra hermano… Pueblos enteros masacrados.
Guerras en
cadena; guerras locales; individuos solitarios que asesinan,
sujetos a esa impronta de exterminio demencial; terrorismo
tomando a tu dios como bandera- si no fuere trágico,
movería a risa-; atentados en masa;
¿continúo? Sin duda, algo le salió mal a tu
dios cuándo conformó ese complejo conglomerado de
ADN; alguna fisura llevó la clave equivocada a
ciertas neuronas responsables de la conducta, y la
supuesta obra perfecta ¡crash! , comenzó a
resquebrajarse, infecta por las pústulas del mal.
¿Consecuencias? El hombre se ha vuelto contra sí
mismo, como consumado depredador de su especie. ¡El
único animal de la naturaleza que mata por placer!
¡Y esto sucede, en medio de leyes que imponen
la pena de muerte
a sus actos de felonía! ¿Qué clase de obra
perfecta crees que ha hecho dios con vosotros? Sal a la calle y
verás en las miradas de tus supuestos hermanos, el odio
fratricida. Deroga todas las leyes de contención de los
instintos, y os puedo asegurar que en menos de un mes del
calendario terrestre, vuestra preciada humanidad será un
triste recuerdo…

Sorpresivamente, escuché ruido de pasos
provenientes de los sectores de la galería que
conducían al paraíso. Miré hacia la puerta
en el instante en que ésta era abierta por un hombre rubio
y de gruesos bigotes, quien al verme, echó la cabeza hacia
atrás.

Señor… -dijo en una mezcla de estupor y
forzada cortesía.

-Discúlpeme…-miré hacia el lugar
dónde levitara Azul, y al notar que éste
había desaparecido, intenté reordenar mi
compostura–. Lo lamento, amigo. Me he dormido.

El hombre pareció darse cuenta que yo no era de
temer.

-¿La música, tal vez…?

-No, no; al contrario. Beethoven forma parte de mi
religión
musical- lentamente había comenzado a avanzar en
dirección a los ascensores-. Es que vengo con el
sueño atrasado. El maldito estrés;
tantas preocupaciones económicas; usted sabe.

-Lo entiendo, señor. No se preocupe.
Permítame-abrió la puerta del ascensor-.Yo tengo
las llaves de la salida de servicio.

Mientras el ascensor bajaba lentamente, le eché
una mirada (no fuere que Satanás se hubiera mimetizado en
ese empleado de maestranza): cara cuadrada, mentón
saliente que lucía un hoyuelo pronunciado; bigotes
gruesos cayendo en cadena hasta el maxilar, y ojos de un gris
oscuro que parecían esconder una mirada turbia, casi
provocativa.

"Liberad las leyes que sujetan la condición
humana y todo hombre se convertirá en un
asesino"

No era la frase exacta disparada por Azul, pero
las palabras aspiraban a ser parte de la misma
sentencia.

Miré nuevamente al hombre y vi que
tenía en una mano una cuchilla puntiaguda y panzona, como
la que utilizan los carniceros para despostar las medias
reses.

La mirada continuaba suspendida en la nada, y por
momentos, volvía a mi cuerpo en un moroso recorrido. Luego
lo vi con un revólver. "Es un 38 largo",
pensé. Al instante, el empleado del Colón, portaba
una Mágnum, la temible 357. Entre todas las secuencias,
habrían transcurrido unos 20 segundos

Al llegar a la planta baja, me acompañó
hasta la puerta, y luego de hacer girar dos veces la llave, me
pareció que me despedía con una sonrisa indulgente,
entreabriendo sus labios gordos y morados.

Sentí de pronto que una mano zamarreaba uno de
mis hombros.

-Le ruego que me perdone, pero hace más de una
hora que lo veo dormitar y pensé que…

Sacudí mi cabeza. No estaba Azul ni el
hombre rubio de bigotes cadena y tampoco me encontraba en el
teatro Colón. Aún en medio de las imágenes
difusas producidas a consecuencia de mi modorra, alcancé a
ver una mujer alta y
bella que me hablaba en acento ruso (no sé por qué
pero pensé que era rusa).

Poco a poco, la escenografía de la
confitería del Hotel
Presidente fue incorporándose a mis retinas perezosas.
¡Al fin había vuelto a la realidad!

Efectivamente, la camarera había llegado un
año atrás de Ucrania y el farragoso español no
podía sustraerse a la fuerte fonología de las
lenguas
eslavas.

Cuándo miré el reloj, me sorprendí
al comprobar que llevaba cuatro horas en la confitería,
lugar al cuál había concurrido invitado por un
grupo de
pastores cordobeses que habían asistido al
Congreso.

Mientras abonaba la consumición, recordé
la acalorada disputa que habíamos tenido, a
propósito de la obra de Dios; sin duda aquello
había devenido en el sueño con Azul como
protagonista excluyente.

Por Cerrito, caminé hacia la avenida de Mayo, con
la intención de abordar el subterráneo de la
línea A.

La noche se mostraba particularmente oscura, en medio de
un cielo de color índigo.

El fulgor de las luces de la avenida y la de los
carteles publicitarios, apenas dejaban entrever los puntos un
tanto difusos de escasas estrellas.

Siendo medianoche, me llamó la atención
ver a inusual cantidad de transeúntes. Todos caminaban de
prisa girando la cabeza a diestro y siniestro (parecía un
acto reflejo habida cuenta que yo mismo repetía esa
especie de ritual colectivo). Varias veces giré la vista,
empujado por una extraña aprehensión. Raro en un
creyente, para quien el temor pertenecía al pasado. Sin
embargo, por momentos, tenía la impresión de cargar
en una imaginaria mochila a un ser inasible y ominoso.

Al acercarme a la intersección con la avenida
Corrientes, comencé a percibir el rumoroso sonido de
voces, con un trasfondo de golpes metálicos y
estridentes.

Cada tanto, el ulular de sirenas lejanas-ambulancias, de
bomberos o meramente policíacas, no lo sé-
hendían el aire de la noche con sus lúgubres
sonidos.

A medida que me acercaba al obelisco ("Pene sin
profiláctico" "Símbolo fálico de los
porteños fornicadores", al decir de mi amigo escritor)
recién me percaté de un espectacular despliegue
policial.

Al llegar a la avenida Corrientes debí
detenerme: sobre las dos esquinas opuestas de Cerrito, vi
estacionados varios patrulleros de la Federal, acompañados
de una brigada de motociclistas de la división anti-
disturbios.

Apostados sobre la esquina de la Diagonal Norte, se
hallaban dos vehículos con tropas de infantería,
mientras decenas de uniformados se movían presurosos
tratando de cortar el tránsito que circulaba por la
avenida 9 de julio y adyacencias.

Miré hacia el lado de Callao, justo en los
momentos que la columna que se desplazaba por la avenida
Corrientes, cruzaba la calle Libertad. Se
trataba de una compacta muchedumbre que avanzaba de manera
ruidosa – cacerolas, tapas y todo tipo de objetos
metálicos, eran aporreados por la multitud – en medio de
consignas hostiles. "¡Qué se vayan todos!"
"¡Mueran los políticos!"¡"Ladrones!"
"¡Fuera ya!". "¡Devuelvan la plata!" "¡Bancos
ladrones!" "No al corralito
", algunas de las frases de la
furia verbal de los manifestantes.

Cuándo le pregunté a un transeúnte
si sabía adónde se dirigía aquella multitud,
me dijo que marchaban hacia Plaza de Mayo.

Durante casi una hora, pasaron delante de mis ojos,
elegantes señoras empujando elegantes cochecitos
de bebé; señoritas elegantes luciendo
finas ropas, y señores elegantemente
pulcros.

Cuándo pasó el último de los
manifestantes portando un cartelón con la leyenda "De
La Rúa duerme",
me apresuré a cruzar la calle
rumbo a la avenida de Mayo.

Al llegar a la más española de
las calles porteñas, me topé con otra ruidosa
marcha, salvo que, en este caso, los manifestantes volvían
de la Plaza de Mayo.

A pocos metros del ingreso a la estación del
subte, me detuve unos minutos a contemplar su paso:
mujeres y hombres de piel cetrina, algunos con vestigios
aborígenes en sus rostros. Muchachos con el torso desnudo,
caminando en forma desafiante-circulaban con la cara cubierta por
un pasamontañas- portando palos de regulares dimensiones,
esgrimidos amenazadoramente.

Vi también parejas empujando a destartalados
cochecitos de bebé, con criaturas que berreaban o
dormitaban en su interior.

La multitud avanzaba casi en silencio-como si el
derroche de gargantas se hubiera desgastado en la
mismísima Plaza -, aunque alzaban con firmeza las
pancartas.

"¡Tenemos hambre!". "¡Queremos
trabajo!". " "¡Son todos ladrones los banqueros!"
"Corriente Clasista Combativa" "P.O." "¡Viva la lucha
piquetera!"

Al llegar con el 86 a Once- el subte había dejado
de funcionar – tuve suerte: el último servicio de
la 52, salía en ese momento rumbo a
Luján.

Una hora y cincuenta minutos después,
descendía en la estación La Fraternidad.-creo que
ya les había comentado que mi amigo escritor alquilaba una
casa quinta en aquel lejano paraje – en momentos que en mi reloj
vi que faltaban cinco minutos para las dos de la
mañana.

Durante las 4 cuadras que me separaban de"Villa
María", caminé en soledad acompañado de los
ladridos de los perros que
marcaban celosamente sus territorios.

Sobre el portón de entrada de la finca, Brandy-el
ovejero que había olfateado desde lejos mi presencia –
meneaba el rabo y giraba sobre sí mismo como un
trompo.

Decidido, avancé en medio de una doble hilera de
casuarinas mientras otros dos pequeños perros de
indescifrable raza, rasgaban la penumbra con ladridos cortos y
acompasados.

Al llegar a la altura del quincho, vi que López
Gómez se asomaba desde la puerta de la particular cocina
de la casa (acoto lo de particular, porque la propiedad
carecía de cocina en su nave central, y ésta
había sido acondicionada en un galpón, a unos 30
metros de la fachada principal); enseguida pensé que no se
había acostado preocupado por mi tardanza.

-¿Qué hacés levantado,
gallego?

-¿Qué te pasó que llegaste tan
tarde?- preguntó a su vez.

-Si te cuento,
té ponés a escribir. Es para una novela. ¿Y
Francisco? ¿Cómo anduvo hoy?

-Un poco mejor. Se castigó todo el día en
la pileta. Debe haberse metido cada media hora.
También…, con el calor que
hizo…

-Bueno, si no te enojás, yo me voy a cebar unos
mates antes de ir a dormir.

-Te acompaño. Estoy como desvelado -López
Gómez, servicial como siempre, ya había colocado la
pava sobre el fuego-. ¡Ah…!, Cachi…, ¿por
qué me dejaste escrita esa cita bíblica?

-¿Cita bíblica…?- imaginé que
miraba a mi amigo con un gesto de incredulidad- ¿Me
estás cargando? ¿De qué cita me
hablás?

-De ésta – López Gómez,
detrás de la mesa, me alcanzaba una hoja
escrita.

Me puse a leer:

"Lo arrebatas como con torrente
de

aguas;

son como sueño,

como la hierba que crece en
la

mañana.

En la mañana florece y
crece;

a la tarde es cortada, y se
seca.

Porque con tu furor somos

consumidos,

y con tu ira somos turbados.

Pusiste nuestras maldades delante
de

Ti.

Nuestros yerros a la luz de tu
rostro.

Salmo 90. Vers. 5, 6,7,y 8.

PD) Pastor: Lo inexplicable es explicable a la
luz de otra dimensión para el espíritu. Volveremos
a vernos.

"Azul."

 

 

 

 

 

 

Autor:

José Manuel López
Gómez

lopezgomez7[arroba]hotmail.com

Escritor "argentino" nacido en España

www.sanesociety.org/es/JoseManuel

Acepto y agradezco comentarios

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